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Está bien no opinar

Manuel Abratte

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No hay que opinar de todo

No hay que opinar de todo. Es perfectamente aceptable abstenerse de hablar sobre cuanto tema exista sobre la faz de la tierra. Es signo de inteligencia dejar la casilla en blanco. Es el reconocimiento de que, a falta de pericia, sobre determinadas cuestiones, lo más saludable es guardarse para sí mismo. La omisión contribuye a dejar la hoja en blanco para que palabras más doctas se expresen con mayor claridad. La opinión superficial puede funcionar como obstáculo. Contamina el ambiente del asunto y abarrota la discusión con invisibles vallas. De las lenguas incontinentes la opinión puede brotar como una niebla en el camino de la charla. Se enturbia la vista y se contamina la temática. Es un signo de nobleza intelectual apartarse de caminos que se desconocen. De paso, se salvaguarda uno mismo de desenlaces vergonzantes: el error, la charlatanería y el ridículo.

Entendemos y ejercemos como derecho la libertad de expresarnos. En la gimnasia vacía de esa idea abstracta, opinamos por opinar. Impulsados por la inercia inconsciente de afirmación individual, opinamos. Opinamos sobre lo que no sabemos, lo que no conocemos, lo que no nos compete, y peor aún, sobre lo que ni nos interesa. Sin preocuparnos por la calidad o el contenido, solo por el deporte mismo del habla, lanzamos nuestros pareceres. También es un derecho callar. El silencio es como esos viejos amigos que nos dan buenos consejos, pero tenemos olvidados. A veces es más virtuoso contenerse que manifestarse.

Sería saludable que se considere el silencio como una herramienta tan activa como la palabra. Su función en el discurso está sobradamente probada. Como un ayudante invisible que orquesta el compás de las palabras, las empuja o las detiene según sea necesario. Podríamos atrevernos a ponerlo en práctica para medir nuestros momentos cotidianos, y aplicar el derecho al silencio cuando sea prudente callar.

Es importante entender el silencio no como resignación o represión, sino como una virtud de múltiples caras. Es prudencia cuando evita el sinsentido. Es mesura cuando ayuda a ordenar. Es inteligencia cuando allana el terreno para que otras voces más apropiadas se puedan expresar. En el equilibrio que se logre entre la aplicación del derecho al silencio y la aplicación del derecho a la opinión, se debate en gran parte nuestra criteriosidad.

Sería una buena idea que se hiciera un catálogo de las virtudes del callar. Como si fuese el prospecto de un medicamento plurifacético; se podrían enumerar un sinfín de aplicaciones para el silencio. Pero a riesgo de opinar sobre lo que no me compete, dejo esa tarea a otro; ejerzo mi derecho a callarme y termino acá.

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